EL TEATRO ESPAÑOL DE LA
SEGUNDA MITAD DEL XX.
1. EL TEATRO DESDE LA
GUERRA HASTA LOS AÑOS 50
En los años que siguen a
la guerra civil, en el panorama teatral domina la atonía: Valle-Inclán y García
Lorca, los grandes innovadores del primer tercio del siglo, han fallecido;
otros, como Alejandro Casona y Max Aub están en el exilio; y mientras, en el
interior se desarrolla un teatro conformista de asuntos intrascendentes, que
atraen a un público deseoso de evasión y entretenimiento, que le aparte de la dura
realidad en que vive.
El teatro que triunfa,
movido por la suma de los intereses de autores, empresarios y público, es una
comedia burguesa de tono elegante y temas costumbristas, con problemas
individuales o familiares alejados del triste entorno social en la que se
estrena.
La comedia conservadora
El modelo de estos
primeros años es la «alta comedia» de Jacinto Benavente, quien sigue estrenando
hasta su muerte, en 1954, mientras se le considera una leyenda viva de la
escena. Se trata de una comedia de salón, protagonizada por la alta burguesía,
que se convierte en comedia de alcoba, en la que los celos, infidelidades y
adulterios ponen en riesgo la felicidad conyugal o familiar; aunque al final
estos conflictos sentimentales, muy cercanos al folletín o la novela rosa, se
resuelven con bien para todos.
Es un teatro formalmente
bien construido, con una perfecta dosificación de la intriga y numerosos
recursos para interesar o conmover, aderezado con rasgos de humor o toques
trágicos, según convenga. Sus autores, de ideología monárquica y conservadora,
adictos al Régimen o complacientes con él, iniciaron su actividad teatral en
tiempos de la República y triunfan plenamente en las dos décadas posteriores a
la guerra. Citaremos sólo a José María Pemán, Juan Ignacio Luca de
Tena y Joaquín Calvo Sotelo.
Renovación del teatro
burgués
Fuera de los modelos
anteriores, un grupo de escritores traen aire nuevo a la escena, con comedias
preferentemente humorísticas que atraen también a los espectadores; algunas son
espléndidas. Añaden a su fórmula teatral dosis de fantasía y de ingenio que
estilizan la realidad, convirtiéndola en un mundo feliz en que el amor, las
buenas costumbres y una cierta dosis de magia conducen a los protagonistas a la
realización de sus sueños. En esta corriente renovadora figuran, aparte de
Casona, vuelto ya a España:
Edgar Neville (1899-1967), diplomático
y hombre de cine que trabajó en Hollywood, es autor de comedias de tono amable
y ambiente elegante, en las que domina la ternura y el ingenio: El baile (1952),
Prohibido en otoño (1957).
Enrique Jardiel Poncela (1901-1952) había
publicado algunas obras fundamentales antes de la guerra y ahora continúa con
la misma tónica con Eloísa está debajo de un almendro (1940) o Los ladrones
somos gente honrada (1941). Pero su teatro disparatado, plagado de
situaciones absurdas y con un humor intelectual, no fue entendido por el
público, que gustaba de tramas intrascendentes y previsibles. Tanto él como
Miguel Mihura renuevan el teatro cómico de principios del siglo, que había
caído en la astracanada o la sensiblería costumbrista, y lo dotan de un
carácter intelectual, basado en el planteamiento de situaciones absurdas en que
se enredan los protagonistas, vistas entre el desenfado y la crítica.
Miguel Mihura (1905-1977) estrena en
1952 Tres sombreros de copa, su obra maestra, escrita sin embargo en
1932, que se anticipaba al teatro europeo del absurdo, con sus situaciones y
diálogos disparatados e ilógicos. En sus obras posteriores procura adaptarse a
los gustos del público, alternando el humor y la sátira: El caso de la mujer
asesinadita (1946), Sublime decisión (1955), Maribel y la extraña
familia (1959), Ninette y un señor de Murcia (1964). En su prólogo a
Tres sombreros de copa nos dice “pensé que lo mejor era volver de
nuevo al teatro. Pero volver al teatro de un modo definitivo. Para vivir de él
en serio, sin ocuparme de otras cosas. Y para vivir, además, bien, del mismo
modo que había vivido bien con mis anteriores ocupaciones que siempre me habían
permitido una holgura económica sin problemas. Y para conseguirlo, dedicarme a hacer
ese teatro comercial o de consumo, al alcance de la mentalidad de los
empresarios, de los actores y de las actrices y de ese público burgués que, con
razón, no quiere quebrarse la cabeza después de cerrar el negocio. En resumen y
para abreviar: había decidido prostituirme.”
No podemos, por lo menos
olvidar el nombre de Víctor Ruiz Iriarte (1912-1982), quien mezcla en
sus comedias el ingenio, el humor y la ternura en una trama muy bien elaborada:
El puente de los suicidas (19546), Juego de niños (1952) y Alejandro
Casona (1903-1965), que había sido animador del panorama teatral y autor de
algunas obras significativas en tiempos de la República, continúa su labor en
el exilio, instalándose en Buenos Aires y alcanzando el triunfo con un teatro
de tinte poético fácilmente asumible por la burguesía y accesible al público.
Un teatro en el que se armonizan fantasía y realidad evitando los problemas de
la guerra y del destierro. Fruto de ello fueron varias obras, que obtendrían
éxitos memorables cuando el autor vuelve a España, entre las que destacan: Prohibido
suicidarse en primavera (1937), La dama del alba (1944), La barca
sin pescador (1965), Los árboles mueren de pie (1949).
2. EL TEATRO SOCIAL DE
LOS CINCUENTA
En paralelo con lo que
ocurre, por entonces, en la novela, varios escritores, en permanente conflicto
con la censura política y religiosa, escriben con los ojos puestos en el país,
presentando problemas de tipo moral y social. El estreno de Historia de una
escalera (1949), de Buero Vallejo, supuso un giro radical en el teatro de
posguerra. Frente al teatro dominante, de tono costumbrista y evasivo, el drama
social, como ocurre con la novela contemporánea, enraiza en la realidad en que nace.
Y sus protagonistas, generalmente víctimas de la atonía y la opresión de la
sociedad en que viven, muestran su angustia existencial o se comprometen,
intentando cambiarla con actitudes críticas o abiertamente revolucionarias.
Buero Vallejo (1916-2000)
Buero Vallejo padeció en
su propia persona las terribles consecuencias de la guerra civil: su padre fue
fusilado por los republicanos, y él mismo fue condenado a muerte, en este caso
por su pertenencia al bando de los derrotados. Se le conmutó la pena, aunque
pasó varios años en prisión y otros muchos represaliado, sin poder salir de
España. Ingresó en la Real Academia (1971) y fue Premio Cervantes (1986).
En su larga trayectoria,
su teatro sufre la natural evolución, pero hay en él principios que le dan unidad
y coherencia: responde a una filosofía humanista, que refleja las
preocupaciones esenciales del hombre (amor, soledad, felicidad, fracaso) y
defiende la libertad, la verdad, la justicia y la solidaridad, frente a la
opresión, la mentira, la injusticia o el individualismo egoísta. Estas ideas se
expresan con artificios alegóricos y simbólicos que potencian aún más el
análisis de la naturaleza humana.
En Historia de una escalera (1949), sirviéndose de
ciertos ingredientes del teatro costumbrista y de la comedia de moda, compone
un drama existencial, en que la escalera de la casa de vecindad contempla cómo
tres generaciones se ven en la imposibilidad de mejorar su situación económica
y social. La escalera, que no conduce a ninguna parte, es el símbolo de la
inmovilidad, que acaba fatalmente con los deseos de los personajes.
En la siguiente obra, En
la ardiente oscuridad(1950) utiliza la ceguera como un elemento
simbólico: un ciego que
llega a una residencia donde todos los invidentes se sienten felices y optimistas,
se ocupa de abrirles los ojos para que tomen conciencia de su situación, con lo
que la ceguera física se convierte en una crítica de la ceguera moral de los
que no quieren ver la miseria en que viven. También son ciegos los
protagonistas de El concierto de San Ovidio (1962), miembros de una
orquesta en el París del siglo XVIII, así como el protagonista de Llegada de
los dioses (1971). Otros personajes con taras físicas son la protagonista
sorda de Hoy es fiesta (1956) y el Goya también sordo de El sueño de
la razón (1970).
También adquieren un
valor simbólico los espacios en que se desarrolla la acción. Aparte la escalera
y la residencia de ciegos de sus primeras obras, El tragaluz (1967) se sitúa
en un sótano, que apenas se relaciona con el exterior a través de la abertura
que da nombre a la obra. De ambiente claustrofóbico es también La fundación (1974)
en que el espacio de una confortable habitación va transformándose poco a poco
hasta convertirse en la celda de una prisión.
Escribió varios dramas
históricos, que recrean personajes y sucesos de la historia de España, a través
de los cuales se expresan sus preocupaciones esenciales sobre la libertad, la
verdad o la justicia: Un soñador para un pueblo (1958), que refleja el
fracaso del marqués de Esquilache, ministro ilustrado, en su afán de imponer
reformas para el pueblo; Las Meninas (1960), que plantea la lucha de
Velázquez contra la envidia y la mentira; El sueño de la razón (1970),
sobre el oscurantismo y el terror del reinado de Fernando VII, sufrido por el
pintor Goya; La detonación (1977), centrada en la angustia de Larra ante
la situación personal y social en que vive. De la tortura tratan La doble
historia del doctor Valmy (1968) y Llegada de los dioses (1971).
Los protagonistas del
teatro de Buero son caracteres complejos, que sufren, se transforman y se adaptan
a las distintas situaciones. Se suelen clasificar en activos, que actúan con
egoísmo e incluso con crueldad para conseguir sus propósitos, y contemplativos,
víctimas de una situación que no pueden cambiar, ya que su espíritu soñador les
hace chocar con un mundo imposible, que les conduce al fracaso.
Alfonso Sastre (1926)
Este autor, de formación
marxista y actitudes revolucionarias, ha defendido durante toda su vida un
teatro comprometido en el que la ideología política y el compromiso
social se impongan a la mera finalidad estética. Desde muy joven promovió
grupos y talleres de teatro, con la intención de experimentar y difundir su
concepción combativa del arte teatral como medio de agitación y de compromiso
revolucionario.
Estas actitudes, junto al
contenido de sus obras, han hecho que buena parte de ellas fueran censuradas,
de manera que no se estrenaron, fueron retiradas del cartel o se representaron
muchos años después de haberlas escrito.
Su primera obra
significativa es el drama antibelicista Escuadra hacia la muerte (1953),
a la que siguieron La mordaza (1954), drama sobre la tiranía familiar; El
cubo de la basura y Tierra roja (1954). Otras obras suyas son Muerte en
el barrio (1955) y Guillermo Tell tiene los ojos tristes (1955).
A las llamadas «tragedias
complejas» o de «realismo fantástico» pertenecen La sangre y la ceniza (1965),
biografía de Miguel Servet; La taberna fantástica (1966, estrenada en
1985), que tiene como protagonistas a quinquis y personajes del mundo marginal;
y Crónicas romanas (1968), obra en que la historia del caudillo ibérico
Viriato se traspone a situaciones revolucionarias de la actualidad.
3. EL REALISMO EN LOS
AÑOS SESENTA
En los sesenta nos
encontramos con algunos escritores que lograron éxitos aviniéndose al gusto del
público (teatro comercial); pero también hubo autores que fijaron su atención
crítica en los problemas heredados bajo la dictadura, como había hecho Buero
Vallejo. Recogen la herencia del realismo social en obras en que se denuncia la
injusticia social, las condiciones precarias de los trabajadores, la vida
miserable en los barrios marginales y el egoísmo y la explotación de los patronos.
Todo ello se expresa en un lenguaje popular, directo, a veces desgarrado y
violento.
Buena parte de estas
obras permaneció inédita, unas veces por la persecución de la censura y otras por
no tener acogida en las salas comerciales.
El teatro comercial
A finales de los años
cincuenta y sobre todo en los sesenta, las tendencias del teatro burgués de posguerra
desembocan en un teatro comercial, acorde con los gustos del público, que a sus
temas actuales y leves toques críticos, añade resortes que suscitan el interés
de los espectadores, con una buena construcción dramática y calidad en los
diálogos.
Alfonso Paso (1926-1978), iniciado en
el teatro social y comprometido de verdadera importancia (Los pobrecitos, 1957)
pronto pasó a hacer concesiones buscando el favor del público burgués de los
teatros, que se sintió complacido con el reflejo que hizo de él, lo cual le
valió ser el autor más representado desde 1960 hasta casi su muerte. Supo
encontrar una fórmula que retratara las pequeñas miserias y alegrías de la
clase burguesa, en obras de lenguaje ágil y trama entre ingeniosa y
melodramática, que fue muy del gusto del público al que decía criticar: Vamos
a contar mentiras (1961), Las que tienen que servir (1962), El
casado casa quiere (1966), Enseñar a un sinvergüenza (1967).
Juan José Alonso Millán (1936) continúa la
tradición del teatro de humor de Mihura y Jardiel Poncela, convirtiéndolo en
una fórmula convencional que encadena situaciones disparatadas con un lenguaje
chispeante, que fue muy bien aceptado por el público: El cianuro, ¿solo o
con leche? (1963), Mayores con reparos (1965), Pecados conyugales
(1966).
Antonio Gala (1936) nace en Córdoba en
1936. Estudia en las universidades de Sevilla y
Madrid, licenciándose
simultáneamente en derecho, Historia y Ciencias Políticas, a los 21 años. Es
uno de los escritores más fecundos y polifacéticos del panorama literario
actual: poeta con el libro Enemigo íntimo (1960): guionista de
televisión: Paisaje con figuras (1977); colaborador en diversos
periódicos y revistas: La casa sosegada (El País semanal); La
tronera, en el diario El Mundo y novelista: en 1990 obtiene el
premio planeta con su primera novela El manuscrito carmesí. Son
constantes en su teatro la mezcla de lirismo y realismo, la ironía, el
simbolismo y un lenguaje cuidado y exquisito. Se condensan algunas de las
tendencias del teatro anterior: la poesía, el humor, la ternura, lo social, en
obras en que los conflictos aparecen vestidos con un lenguaje vigorosamente poético:
alegóricas (Los verdes campos del Edén, 1966), de desmitificación de los
grandes personajes de la historia o la literatura (Anillos para una dama, 1973;
¿Por qué corres, Ulises?, 1975), obras en las que muestra el desencanto
político y la búsqueda de la intimidad y el amor (Petra Regalada, 1980; Carmen,
Carmen (1988).
Autores con intención
social o renovadora
Frente a la actitud que,
en general adoptan los autores que acabamos de examinar, otros, por las mismas
fechas, quieren crearse un público y no, simplemente, seguir sus gustos, con
temática social y estética realista, o bien en resuelta disidencia y ruptura
con la técnica y temática habituales. Por ello, a veces con mérito
extraordinario, consiguen solo éxitos aislados.
Lauro Olmo (1922-1994) es autor de
una obra emblemática del realismo social: La camisa (1962), en la que se
retrata la vida en un barrio miserable, que obliga a sus habitantes a emigrar a
Europa, justo cuando se iniciaba el desarrollismo de los años sesenta. Otras
obras suyas son La pechuga de la sardina (1963) y La condecoración (1965).
José María Rodríguez
Méndez (1925)
sostuvo una larga lucha con la censura, que le impidió estrenar o publicar
muchas de sus obras. De una primera época destacan Vagones de madera (1958),
sátira de la vida militar, y Los inocentes de la Moncloa (1960), que
retrata la vida sórdida y gris de unos estudiantes. De época posterior son las
tragedias grotescas, inspiradas en la estética de Valle-Inclán y del sainete,
como Bodas que fueron famosas del Pingajo y la Fandanga (1965, estrenada
en 1976), retrato del Madrid barriobajero de la Restauración; y Flor de
otoño (1972), que refleja el ambiente sórdido y las luchas sociales de
Barcelona en tiempos de la dictadura de Primo de Rivera.
José Martín Recuerda (1925) es un granadino
autor de un teatro de protesta, que pone de relieve las taras y miserias de la
España tradicional, en obras de tipo coral que ofrecen una visión esperpéntica
de una sociedad de charanga y pandereta, bajo la que anida la intolerancia y la
crueldad. Entre sus obras destacan Como las secas cañas del camino (1960),
historia de una maestra a la que expulsan de un pueblo; Las salvajes en
Puente San Gil (1961), donde se refleja la hipocresía y la crueldad de un
pueblo andaluz cuyas fuerzas vivas protestan violentamente contra la llegada de
las chicas de una compañía de revista, y los mismos, soltando sus bajos
instintos, las acosan y violentan después; y Las arrecogías del Beaterío de
Santa María Egipcíaca (1970), que recrea los últimos días de la prisión de
Mariana Pineda, en compañía de otras mujeres, también presas en este
correccional.
4. EL TEATRO A PARTIR DE
LOS 70.
Los últimos años de la
Dictadura, finales de los sesenta y buena parte de los setenta, son tiempos de
crisis y de transformación del panorama teatral. La censura actúa con gran
dureza contra el teatro disidente, mutilando las obras, autorizando su
representación en escenarios de acceso restringido o en un tiempo limitado, o
interrumpiendo las propias representaciones.
Pero al mismo tiempo el
teatro independiente se convierte en un factor de dinamización cultural y cívica,
que aúna las voluntades de los adversarios del régimen, recurriendo a 1a
alegoría, a los símbolos y, en definitiva, a la complicidad con los
espectadores, para ganar parcelas de libertad para el teatro y para la vida
misma.
A la promoción de un
teatro diferente, al margen del costumbrismo y el conformismo dominantes,
contribuyen numerosas revistas especializadas, entre ellas algunas de tanto
prestigio como El público o Primer Acto.
Teatro experimental o
vanguardista
Frente al teatro realista
anterior, en el que prima el compromiso sobre la estética, ahora triunfa un teatro
innovador, paralelo a la nueva estética de la novela o de la poesía
contemporáneas. En él, la crítica social y la lucha contra la dictadura se
viste de recursos vanguardistas y experimentales, de formas alegóricas y
simbólicas, y se potencian los demás lenguajes, escénicos (luces, decorados, tramoyas,
mímica, máscaras). Así se compone un espectáculo total en el que el texto es sólo
un pretexto para la representación, por lo que puede ser manipulado y
enriquecido por los que intervienen en ella. Incluso se rompen los límites de
la escena, en un juego dinámico que implica a actores y espectadores en una
verdadera fiesta teatral. El teatro experimental busca nuevas fórmulas frente al
teatro convencional, con un lenguaje y unos elementos escénicos diferentes.
Sobresalen con éxito las
obras de Manuel Martínez Mediero –Jacinta se marchó a la guerra (1967)
y El último gallinero (1970), cargada de simbolismo y variada temática-
y de Francisco Nieva, gran escenógrafo, continuador del esperpento de
Valle Inclán: Pelo de tormenta (1962) y La carroza de plomo candente (1971).
A esta corriente
pertenece el teatro de Miguel Romero Esteo (1930- ), caracterizado por
la excesiva extensión de sus obras y por el lenguaje libre cargado de
asociaciones sorprendentes: Pasodoble (1973), y el del melillense Fernando
Arrabal (1932), autor de un teatro del absurdo, de inspiración surrealista,
cuyos personajes son unos inadaptados que, por una razón o por otra, no pueden
integrarse en la sociedad, lo que da lugar a situaciones ilógicas y a
comportamientos ridículos o pueriles. Parte de sus obras pertenecen al llamado
«teatro pánico», un teatro total presidido por la libertad creadora y el tono
provocador e iconoclasta. Entre sus numerosas producciones destacan Pic-nic
(1959), denuncia del absurdo de la guerra; El cementerio de automóviles (1961);
El arquitecto y el emperador de Asiria (1966); Oye, patria, mi
aflicción (1976).
Grupos independientes
Durante la década de los
setenta aparecen multitud de grupos independientes, verdaderos talleres de
creación teatral, que adaptan los textos o los crean de forma colectiva, junto
a los demás elementos del arte escénico, que responde a las técnicas del
experimentalismo europeo (Stanislavski, Grotowski o el teatro del absurdo de
Jean Ionesco o Samuel Beckett). Multitud de grupos proliferaron en esos años,
algunos con una trayectoria y algunos espectáculos memorables: Los Goliardos,
Tábano, Els Joglars, Teatro Experimental Independiente (TEI), La Cuadra, Teatro
Español Universitario (TEU) de Murcia, Teatro Fronterizo, etc.
En los años ochenta
surgen nuevas formas de espectáculo teatral que se sitúan, por diversas razones,
al margen del teatro comercial. Los grupos independientes siguen existiendo,
aunque en menor número, y algunos se han especializado en el llamado teatro de
calle, con escenificaciones espectaculares, que se proponen la participación
del público o la simple provocación: Els comediants. La fura dels Baus, La
cubana-, otros se dedican a un teatro alternativo, escenificado con escasos
medios, basado en textos experimentales y representados en las llamadas salas alternativas.
5. EL TEATRO DEL FIN DE
SIGLO
El teatro, que tanto
representa para la cultura española de todos los tiempos, atraviesa muy mala época
por la competencia de otros espectáculos públicos. Incluso se cierran muchos
locales antes dedicados a la representación teatral. Los grandes éxitos
actuales suelen ser comedias musicales al modo norteamericano y británico, o
dramas y comedias de autores extranjeros, sobre todo si cuentan con el
atractivo de intérpretes famosos.
Finalmente, hay un teatro
subvencionado, que trata de suplir las carencias de las compañías privadas,
promovido fundamentalmente por el Estado y las Comunidades Autónomas, que se dedica
en unos casos a la promoción del teatro clásico y en otros a los espectáculos
experimentales: Centro Dramático Nacional, Centro Nacional de Nuevas Tendencias
Escénicas, Compañía Nacional de Teatro Clásico; Centros dramáticos gallego y
valenciano, Institut del Teatre de Barcelona, etc.
Entre las numerosas
tendencias y autores surgidos en el último cuarto del siglo se pueden señalar algunos
ya consagrados, que disponen de una abundante obra y han obtenido el favor del
público.
José Sanchís Sinisterra (1949), vinculado en
principio a numerosos proyectos de teatro independiente y fundador del Teatro
fronterizo, es autor de obras que recrean libremente temas y personajes
literarios, como Ñaque o de piojos y actores (1980), sobre la vida de
los cómicos del siglo XVII y Moby Dick (1983); o se refieren a episodios
históricos, como la conquista de América (Lope de Aguirre. traidor, 1986)
o la guerra civil (¡Ay. Carmela!, 1987).
José Luis Alonso de
Santos (1942),
actor del teatro independiente, es autor de ¡Viva el duque, nuestro dueño! (1975),
obra que refleja las grandezas y miserias de la España imperial con un toque esperpéntico,
y sobre todo, de dos obras de tema actual, ambiente costumbrista y rasgos humorísticos,
que fueron muy del gusto del público: La estanquera de Vallecas (1981)
historia de un atraco, y Bajarse al moro (1985) con personajes
marginales relacionados, con el mundo de la droga. Obras posteriores de no
tanto éxito son Pares y Nines (1988) y Trampa para pájaros (1990).
Otros autores destacados
de estos últimos años son Fermín Cabal, formado en los grupos madrileños
de teatro independiente, es autor de aplaudidas obras como Tú estás loco,
Briones (1978) o Caballito del diablo, (1985); el actor, director y
guionista de cine Fernando Fernán Gómez también ha escrito piezas
dramáticas como Las bicicletas son para el verano, (1977) sobre las
vicisitudes de una modesta familia madrileña durante la guerra civil;
finalmente, dentro de una tendencia de teatro femenino muy relevante en los
últimos años citaremos a la madrileña Paloma Pedrero (Invierno de la
luna alegre, 1988), que afirma muy brillantemente en su teatro la autenticidad
y la libertad personales, con temas contemporáneos vistos con sencillez y
poesía, vividos sobre todo por personajes jóvenes, desarrollados con un diálogo
rápido y brillante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario